sábado, 30 de septiembre de 2006

Carilda en orden


Carilda Oliver Labra (Matanzas, 1922), según anotaba el poeta cubano Agustín Acosta en el prólogo a Libreta de la recién casada (1955), "no se parece a ninguna otra poetisa. Lo espiritual cotidiano es motivo casi constante de su poesía. No importa que la impresión de un hecho vulgar carezca de espiritualidad: ella le comunica la suya, y el hecho aparece espiritualizado."
José Ángel Buesa, poeta popularísimo y amigo de Carilda, escribía en el prólogo a Memoria de la fiebre (1958): “Carilda Oliver Labra es un alto nombre de la poesía cubana actual. Más allá del nimbo momentáneo de los premios literarios, tan polémicos siempre, su nombre ha ido creciendo junto con su poesía, a la vez simple y complicada, como producto de una fusión de lo instintivo y lo consciente.”
Y más recientemente (2002), en el prólogo a Error de magia, el reconocido poeta cubano Virgilio López Lemus escribió: “Por ser poeta legítima, poetisa de cuerpo entero, de corazón militante en el fuego de la poesía, ella transforma lo que en otras manos imitativas puede ser cursi o fugaz o frívolo o demasiado ardiente o excesivo y hasta vulgar, en legítima poesía que se manifiesta mediante lo cotidiano, aprovechando recursos de varias escuelas o corrientes poéticas y filtrándolos todos en su interés elemental expresivo emocional amoroso.”
Transcribo dos textos clásicos de la poetisa, Premio Nacional de Literatura en 1997:
ME DESORDENO, AMOR, ME DESORDENO
Me desordeno, amor, me desordeno,
cuando voy en tu boca, demorada,
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.

Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada
me desordeno, amor, me desordeno.

Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;

y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.

(1946)

AYER

Íbamos caminando.
El parque estaba lejos;
lo acercábamos con nuestros quince años.
Aún no me ponía medias,
besaba a todos antes de acostarme.
Mi rostro era pálido como luna nueva
y tenía pocos trajes.

Llevaron al muchacho que me amaba
para la clínica,
pero yo no me di cuenta de nada.
Esa noche fui al cine
y me sonó el corazón como una ráfaga.
(¡Pobre Tyrone Poower!)

Entonces reunía versos mediocres,
cuentas de collares,
alas de bichos,
postalitas,
esperanzas,
y quería ser culpable de un gran amor.

Conspirábamos —baja la voz—,
inventándolo todo.
Ya tenía que escribir a veces
(en las últimas hojas de mi libreta)
cuando estaba triste,
cuando me sucedían cosas importantes
y negras.

Todo estuvo bien hasta que la lluvia
un día
me pegó la ropa
y yo vi a un hombre que me miraba fijamente
al pecho.
corrí a casa,
curiosa,
y me desnudé por primera vez ante el espejo.

Desde entonces tengo miedo.

(1945)
 
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