sábado, 20 de octubre de 2007

Balada del pájaro que llora

El poeta y narrador Luis Yuseff (Holguín, 1975) ha publicado El traidor a las palomas (2002), Vals de los cuerpos cortados (Premio de la Ciudad, 2003), ambos por Ediciones Holguín, Yo me llamaba Antonio Broccardo (Premio Alcorta; Ediciones Almargen, 2004), Esquema de la impura rosa (Premio América Bobia; Ediciones Vigía, 2004), Golpear las ventanas (Premio Pinos Nuevos; Editorial Letras Cubanas, 2004), Salón de última espera (Premio Calendario, 2005; Casa Editora Abril, 2007) y Oración para pedir la rosa de nadie (Editorial Cuadernos Papiro, 2007). Su obra, además, aparece en varias publicaciones periódicas y antologías cubanas y extranjeras.

La poeta Gleyvis Coro Montanet escribía recientemente: "Salón de última espera permite que el lector se reconozca a medida que el texto reconoce al lector dentro de sí mismo y le ofrece la tentadora oportunidad de perderse bajo la fabulosa constelación de un puñado de símbolos —la rosa, el Devorador, el miedo al miedo—, con poemas como estacas que no perdonan a nadie, y no le temen a la exactitud, ni a la inexactitud, ni al desparpajo, ni a la elegancia; poemas con la terrible belleza de El violín o con la mentida serenidad de Las voces que murmuran: “Virginia Woolf, también yo soy como el pez que salta sobre las rocas…” Belleza pura y dura es el resumen de estas páginas. Y no hay que hablar más cuando no se engaña, cuando lo que resta es el silencio compañero de la lectura asombrada, y la gratitud hacia el poeta."

La también poeta Damaris Calderón se expresó en estos términos después de leer Salón de última espera: "Tu libro [...] No sólo es muy bueno, es bellísimo. Sobrecoge cómo escribiendo desde lo terrible, sobre cosas tan terribles, está escrito a un tiempo con una delicadeza suma; es como el tallo de esa rosa de todos (de nadie), arrasada y que siempre renace, desde cualquier lugar, hasta de los fríos salones de espera de un aeropuerto. Hay muchos poemas que me gustan, que me parecen espléndidos, pero lo que más me llama la atención es ese registro: desgarro y delicadeza a un tiempo. Las voces y Navidad feliz navidad, son piedras de toque, a mi juicio."

V (Fragmento de Las voces)

Virginia Woolf, también yo soy como el pez que salta sobre la roca y en su esfuerzo por regresar a las aguas, cada salto es un nuevo muro que lo separa de la salvación.
También yo escucho voces que me dictan con paciencia un camino irrestañable.
Cada voz a mis espaldas es el espacio en blanco que voy dejando sobre el papel donde escribo.
Cada voz es una canción de invierno y de verano y de otoño, entonada a mis oídos con la esperanza de transformarme en una bestia que acepta la palabra sin rostro, mientras se aleja, inevitablemente, de los días sin nombre de la libertad.


Balada del pájaro que llora

esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues

Alejandra Pizarnik

por esta vez el pájaro se ha vuelto jaula, se ha volado las sienes palpitantes y se ha ido donde el aire castiga su ser.
este pájaro llora, no sabe cómo hacer música con las alas convertidas en hierro de prisiones, no sabe, llora, sobre la tierra deja caer el miedo incandescente, envaina tormentas que baten contra el oleaje de su pecho, redobla minúsculas campanas mientras echa cerrojos a las puertas a la sangre a las ventanas múltiples y estáticas.
cada jaula es un pájaro que llora, soledad con alas, resonancia de metales y tristezas de jueves santos, diana de los fuegos de la sed y el fulgor.
señor, escucha, esta mujer es una jaula y la jaula es un pájaro y ese pájaro no sabe qué hacer con el miedo cuando una sombra pasea sus perros, y los perros comienzan a ladrarle al cielo a la tierra y el pájaro que llora se va se queda como quien se va alguna vez, afila los huesos con la lengua, trasmuta en hierro los gemidos, duro hierro de prisiones, máquina silenciosa de los puertos, hierro sobre el canto, en las alas del pájaro llorador, vestido con el resto de los fuegos del alba cuando se lleva la pólvora contra las sienes palpitantes con las manos trémulas, yéndose como si no se fuera alguna vez quedándose de espaldas a los cielos, caído sobre la tierra tibia con los peces de la sangre saltando en las costas violáceas, sin escucharme cuando grito alejandra alejandra.
 
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