domingo, 27 de septiembre de 2009

La frente bajo el sol le dio a Emilio de Armas, (Camagüey, 1946), una Mención en el Concurso Rubén Darío de Nicaragua, en 1983. El poemario apareció en La Habana en 1988. Anteriormente, el poeta, que además es crítico e investigador literario, había publicado, entre otros, Un deslinde necesario (1978), La extraña fiesta (1981), Reclamos y presencias (1983)...
Se lee en la solapa de la edición que nos ocupa:
“...este libro adquiere una nueva dimensión en el tratamiento de los temas y en la coherencia formal. Aquí el poeta torna la mirada hacia su ciudad natal y se recrea en recuerdos y añoranzas; la niñez es el pensamiento suave y tibio, la conciencia memoriosa que vaga unida a un paisaje o a una escena familiar. El tema del amor nos llega con un reproche tierno o con todo el regocijo y la inquietud de su descubrimiento. Creemos que esta obra confirma, una vez más, a un poeta en pleno dominio de su creación.”
Otros libros del autor son: Junto al álamo de los sinsontes (Premio Casa de las Américas de Literatura Infantil en 1988), Con la abrupta esperanza del amor (1991), José Lezama Lima. Poesía (1992), Blanco sobre blanco (1993) y Sólo ardiendo (1995). En el 2002 ganó el I Premio de Poesía Eugenio Florit, convocado en Miami, con el poemario Sobre la brevedad de la ceniza...
A propósito de este galardón, el también poeta Germán Guerra, en la edición de verano del 2003 de La Habana Elegante comentaba:
“Desde una extremada claridad en el uso del lenguaje, usando, sin que sobren ni falten, las palabras más simples, las más sencillas, las del hacer cotidiano, y sin ningún rebuscamiento ni experimento formal a la hora de trazar un verso y armar el poema, este hacedor de vuelos ha puesto todas las respiraciones del hombre en sus palabras. Hay, en cada poema de este corpus un golpe, una pregunta y un dolor, una respuesta que nos deja suspendidos en el aire y un respirar profundo, de poeta que ha aprehendido sus caminos y ya está de regreso, y ha logrado que un dios habite en cada uno de sus textos.”
Estos poemas pertenecen a La frente bajo el sol.

VIII

Juan Cristóbal, el poeta
que se adentró en la sombría
tarde sin fin, conocía
la luz de esa llama quieta
que deslumbra a quien la reta
con su tenaz soledad.
¿A qué buscarlo en la edad
de la muchacha o la flor?
Él vuelve fiel al temblor
de su voz en libertad.

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CRÓNICA

Cuentan que nueve días
rondó el poeta los altos muros,
y que al cabo del décimo
se decidió al asalto.

Hostiles eran en verdad los muros
y remotas las fuerzas del ansioso,
como de ajenos cuerpos convocadas:
cuerpo del vencedor en lides
y del tenaz herrero,
cuerpo del sacerdote y cuerpo
del sacrificio...
Mas él iba semejante a la noche:
la mirada de ofrenda
y el brazo de blasfemia.

Cuentan los defensores
que una turba ofendió los altos muros:
que todos los piratas de la costa
y los hijos bastardos de los príncipes,
los medrosos ladrones
y los frecuentadores de tabernas
y mujeres,
marcharon tras la fuerza del ansioso.

Y éste, en verdad,
es el testimonio del cronista,
del hijo de los constructores de murallas.

Los piratas de la costa,
los hijos bastardos de los príncipes,
los medrosos ladrones
y los frecuentadores de tabernas
y mujeres
cuentan, por su parte,
que nueve días
rondó el poeta los altos muros,
y que al cabo del décimo
se decidió al asalto.

Y que fue muerto.

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AUNQUE

Aunque te yergas, solo
y tonto, en la colina,
y el amor rompa tu corteza
con abruptos tatuajes;
aunque te hienda el rayo
y te desnude el viento,
o decidan cortarte
uno a uno los frutos;
aunque tus raíces, tenaces,
desmoronen la tierra,
nunca aceptes
que un hombre es como un árbol.

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EN LA HIERBA

Te prometí un poema
en que estarías
—para siempre—
«desnuda en la pureza de la página,
inerme y preservada».
Pero de aquel momento
sólo quedó la risa
con que fuiste dejando
caer, fragantes como versos,
tus ropas en la hierba.

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EL HUÉSPED DE LA CASA ENCANTADA

Trocadero, 162

Vivir en lo habitado permanente
y ser el furtivo, el que ciega
las luces de la casa
que empieza a sumergirse en su luz verde,
junto a sedentes animales
oyendo el repentino adiós
entre la amistad
y la muerte,
con los ojos nublados por la espalda
del rey que aparta una cortina
y se interna en la noche.

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