sábado, 6 de junio de 2015

País de hojaldre

Arco y Espuela - Poesía cubana

Reynado García Blanco (Sancti Spíritus, 1962) ha desarrollado una amplia labor de promoción literaria en Santiago de Cuba, ciudad donde vive. Tiene publicados, entre outros libros, Larguísimo elogio, (1990), Advertencias (in)fieles para escuchar el pájaro de fuego de Stravinsky, (1992), Reverso de foto & dossier, (2000) y Campos de belleza armada (2007). Ha recibido numerosos premios.

 País de hojaldre, ¿país de sugerencias, de alimento carnal y espiritual, de silencio y ruido, soberbia y humildad, fracaso y triunfo en el controvertido mapa que el poeta nos ofrece? Se desliza entre destino de lectura a través de la memoria y la realidad, en poemas que se engarzan como puentes hacia comienzos, travesías, finales, donde el resplandor y la opacidad de hechos cotidianos o no, amores y desamores, encuentros, despedidas, revelan la misteriosa y siempre sorprendente estancia por la vida”

Vacas con un mar de fondo

A Luis Felipe Rodríguez y Martha María Montejo

Están ahí. Recostadas sobre el borde azul. Yo las veo. Las dibujo con una mano y con la otra les digo que volveré. Están ahí. Vacas que Dios dispone entre la sal y el resplandor. Ellas se hunden muy despacio en el mar y flotan y mugen y los monteros que saben la costa, los declives, vienen en caballos oscuros y el sol calienta los cráneos. Están ahí breves y concisas como tortugas en fuga. Yo las veo, las dibujo, les digo adiós vacas con mar de fondo mar de Manzanillo, vacas f-1 a litro por tetas vacas que Dios dispone entre la sal y el resplandor.

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Animal común

He dejado de ir a la Iglesia
y me pongo a regar el jardín en las tardecitas

No recibo cartas que me hablen de la niebla
o de los papalotes encima de los cordeles

Subo
y bajo unas escaleras que no me llevan al cielo

Debo revisar mi cuenta bancaria
quitar el lodo de la puerta
comprar un espejo

Dios sabe estas cosas
y vuelvo al jardín

y tengo miedo.

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Sombras sean pues

Hoy traje a mi casa una pistola
para cuidarme del vecino y las malas noticias

Está junto al cieno de la tarde
y los muérdagos del patio

Sombras van a caer. País con un deseo va de mis manos a los periódicos. País de levantarnos con un desayuno breve y feliz de esta largueza. País de tener un amanecer, unos discos de Vivaldi. Unas estaciones para decirles a los hijos y a los extranjeros que hoy traje a mi cuarto un jazmín para cuidarme del año que viene, las agriculturas, los eclipses y el mal de Parkison

Sombras sean pues. País de levantarnos sin desayunar y tener mucha fe.

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Arco y Espuela - Poesía cubana

viernes, 23 de enero de 2015

En la arena del tiempo


La poetisa e autora de libros de textos de divulgación cultural e histórica Vivien Acosta Julien (Villa Clara, 1938 - La Habana, 2006), publicó: Hombres, dioses y soles, Editorial Gente Nueva, La Habana, primera edición 1979; Tricolor, 
El patio de mi casa, ambos en coautoría con Olga Marta Pérez, Editorial Gente Nueva, La Habana, 1986 y 2011, respectivamente.

En la arena del tiempo -Editorial Unión, 1988, profusamente ilustrado por Zaida del Río- recoge poemas impregnados de una criollísima plasticidad. Sus recuerdos de infancia son abuelo y abuela decimeros y mambises; una casa con muebles de mimbre y patio con flores y árboles. Pero en este libro, también están los poemas de la mujer de hoy, consciente de su momento y su lugar.”

TRES POEMAS AL POETA


I

Entre estas líneas
están tus ojos, relumbrando desde el foso del recuerdo,
la brizna verde de tu sonrisa
apresurada,
y aquellas palabras que nunca nos dijimos.
  

II

No se engañe,
usted es el cambista de ilusiones,
el poeta de las viejas historias
y yo el aprendiz de brujo
que ahora no sabe qué hacer con tanta magia.
Porque están todas esas palabras
que ni usted ni yo sacamos del bolsillo
pero que luego trocamos
por signos que sólo advierten
los calcinados en este oficio sacrílego
de amordazar la vida.
Viva tranquilo, escribiendo sus poemas,
amando a sus mujeres,
o paseando su sonrisa inarrugable.

También puede ser su profesión la cobardía.

III

Si contra toda posibilidad vinieses ahora
creería en la suerte,
esa vieja causante de tantos mitos.

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HAY FECHAS

Hay fechas que nos cuelgan del recuerdo
y grandes marcos sin imágenes
que esperan una respuesta.
Hay esos días
en que se puede perder todo sin querer
y rodar las paredes con el aliento.
Hay noches de luciérnagas que vagan
y pueden deslumbrarnos
con su ojo fosforescente,
y hay que escapar,
hay que subir puertas y bajar ventanas
y tapiar nichos
que despiden olor a cirios
y pañuelos agitados
que atar a la pata de la cama. 

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Y, A LO MEJOR

Quizás algún día vuelva allí,
al pueblecito donde me estrenaron
y me siente sobre el barandal del puente
a mirar los techos rojos de las casitas
y los molinos,
y al sol acostarse en las praderas
cuando se escucha el silbato del tren.


Y, a lo mejor, no desee otra cosa.


domingo, 11 de abril de 2010

Rostros


Roberto Méndez nació en Camagüey en 1958. Creador prolífero, Doctor en Ciencias sobre el Arte y miembro de la Academia Cubana de la Lengua, ha merecido, entre otros premios importantes, el de la Crítica (en más de una ocasión), y el Nicolás Guillén de Poesía en el 2000. Textos suyos fueron incluidos en antologías publicadas en Cuba, Brasil, Colombia, España,...

“A partir de múltiples referentes de la cultura universal, y con claves de refinada cubana —se lee en la contraportada del libro que nos ocupa—, el autor nos conduce a un mundo particular en el que se manifiestan el disfrute de lo cotidiano y la búsqueda de una relación estable con lo trascendente. Se unen en estas páginas un pensamiento profundamente reflexivo y una especial sensibilidad, para formar un «rostro» cambiante y único a la vez, donde la aventura del lenguaje demanda una sabia e introspectiva mirada.”

Estos cuatro textos aparecen en Demonio Meridiano, primera parte de las tres en que está dividido El Rostro.

Las misas que no viví ¿a dónde se fueron? Hacia allá, hacia ese espacio neutro donde pían las aves como en otro cielo. ¿A dónde va mi atención mientras el celebrante levanta el pan que en un instante será el Cuerpo. No pude atender o tal vez no tuve la gracia para entrar en esa gloria, quedé acá, del otro lado, en el limbo de los que no saben o no aciertan, por torpes, con la puerta exacta. Las misas que no atendí son un largo callar que Dios repasa sonriente y pulveriza: es muy poco para el dueño del tiempo ese dispendio. El alma, allá entre las ramas, la muy tonta, saluda a los gorriones y cree que va a algún sitio. Dichosos los pobres de espíritu porque ellos van de una gloria distraída a otra.

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Avanzan en la noche las barcas de papel. No les importa que su mar sea una charca donde se reflejan los edificios más grises de la ciudad y también los más torpes; no les importa o quizá no lo dicen. Son muchas y pertinaces las barcas, avanzan, unas contra otras, hacia la meta improbable; algunas carenan, se ladean y por fin se deshacen junto al borde; un instante después nadie reconocería ese fragmento de cuaderno escolar como un signo anegado de otros días. ¿Qué sentido tienen en la noche esas barcas? La mayoría pasa junto a ellas sin una sonrisa, pero eso no mella su menuda soberbia. Allá se van, audaces e insolentes, las barcas de papel bajo la llovizna que va a doblegarlas.

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Ni soberbia ni pálida, la bailarina fue largamente lamida por el tiempo, hasta hacer de sus ojos un fruncido cráter bajo las cejas, hasta convertir sus piernas en las combas y crueles patas de la u. Sólo altiva en medio de las voces que convocan, a la fiesta, al sudor o al morirse —su propio quedar deshecha— en medio de la plaza. Aplaudimos sus bríos, los trucos que antaño le enseño la suerte. Regresa de todo ya, y más que el cuerpo, vemos el momentáneo trazo, el castañetear en el aire, el esqueleto que vence con gravedad la onda. Pero al final, cuando los brazos dibujan unas astas rojizas entre lo oscuro, dejamos la danza, nos quedamos con el signo. Tiene una luminosa ausencia.

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Ten piedad del que aún atado al carro ha caído. Detente, aunque sea un momento, a contemplar sus patas, no del todo quebradas, que intentan por última vez el vuelo, o el vientre dilatado, indefenso, al que no alcanza toda la extensión del aire. Muestra tu misericordia al que ya no sirven cinchas ni bocados para recorrer a ciegas la ciudad y cae así, en una calle que para él no tienen nombre ni rostro. Más aún, si no llegas a ver en ese instante los ojos, marcados ya por el hielo, ten piedad del amo que golpea las varas, los lomos, la tarde toda, sin comprender aún que ya no tiene sentido, no es. Ten piedad entonces, también por ti.

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jueves, 21 de enero de 2010

Caza no precisamente perdida


La obra poética de Aramís Quintero (Matanzas, 1948), que ha merecido en dos ocasiones el Premio de la Crítica, incluye, entre otros títulos, Diálogos (Letras Cubanas, 1991), Una forma de hablar (Ediciones Unión, 1986), Cálida forma (Letras Cubanas, 1987), La sal estricta (Ediciones Unión, 1996)...
Estos textos pertenecen a Caza perdida (Ediciones Unión, 2006), “poesía que manifiesta la madurez in crescendo de su creador, por el dominio de la palabra y el tratamiento de las imágenes, tomadas fundamentalmente de la literatura clásica griega, que sirven de vehículo tropológico a las profundas reflexiones del poeta sobre la historia y el entorno contemporáneo...”

Los argonautas


Las cataratas braman
en la noche. A lo lejos.
O cerca (No sabemos.)
A ellas vamos, y vienen
a nosotros. Si caemos
y este mundo es redondo,
acaso nos alcemos
hacia un agua más clara.
Todos temen —temamos—
y esperan —esperemos.
A la trémula nave
los cordajes le avisan
que hay peligro en el viento.
(A nosotros los huesos.)
Ni astrolabio ni brújula:
amarrada en el mástil,
la Polar. Si caemos,
será siempre en la ruta
de El Dorado —oro viejo.
Si este mar se acabara,
con el mar nos iremos,
la Polar amarrada
en el mástil. Veremos
si Argos flota o naufraga.
Lleva ya el vellocino
de plomo. Lo sabemos.
Lo demás lo ignoramos.
Todos temen —temamos—
y esperan. Esperemos .

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Ahab


Aguafuerte del mar, un horizonte
más allá de la mole inevitable de la bestia
(estampa que un niño podría dibujar
con un creyón en su cuaderno),
tan firme, tan real como un delirio.
Un delirio recurrente y antiguo, como Ahab.

El agua era sustancia de horizonte, y la nave
esperaba por él desde el principio, y la tripulación,
ese fantasma múltiple, vería reducidas
todas sus miserias y virtudes a una sola: ser llevada
hacia allá.
La bestia, en el camino,
alzaba del mar su cola nítida,
lanzaba un chorro nítido a las nubes.
Su nítido fantasma
era la puerta misma de la Gloria, en figura de monstruo.
Bestia y Horizonte fulguraban
como Cástor y Pólux.

Pero es la incierta índole del agua
lo que hace reales e irreales las naves
y a las tripulaciones de las naves.
El agua que se abría límpida y dócil
y reflejó la faz gloriosa del mascarón de proa, y los ojos
soñadores de Ahab, se volvió turbia y dura.
No barre la cubierta, no se alza
contra el raído velamen: es sólo turbia, dura,
como miles de cuerpos tendidos por delante.

Tablas medio podridas,
maniobras de rutina torpes e inútiles,
borracheras abajo, en la bodega.
No estalla una tormenta
que hunda la nave o la arroje quién sabe dónde.
Y no salta en astillas a un coletazo de la bestia,
que descansa en el fondo, paciente y complacida
con el olor a podredumbre.

Ofendido y amargo, Ahab clava sus ojos allá delante,
en el vacío.

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El desierto


Si los años le alcanza, el desierto
hace su propia criatura.
Confundida en la arena, no se mueve
sino para arrancar algún yerbajo
de entre las piedras, y ovillarse
junto a una duna, mínimo refugio
del sol, del frío nocturno, del látigo del viento
que levanta torbellinos de arena.
Las estrellas son mudas, la criatura del páramo
no escucha más que el viento en las dunas,
alguna alimaña entre las piedras.
No padece espejismos.
Ni siquiera imagina el espejismo
de ir en alguna dirección. No la aterran
sus propias huellas siempre en círculos.

¿Y si ese vasto páramo
fuese un vasto espejismo?
¿Si tuviera una falla, una fisura,
si se quebrara en mil pedazos irreales
y dejara a la vista otro espejismo?
La criatura del páramo comenzaría
a caminar en una dirección, y no en círculos.
Tendría quizás este espejismo.
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