sábado, 1 de noviembre de 2008

El rostro, la máscara, etc.

El poeta y pintor José Pérez Olivares nació en Santiago de Cuba en 1949. Desde 1982, cuando apareció Papeles personales, hasta la fecha, ha publicado una docena de libros de poesía. Su obra, además del “Premio David” (Cuba), por ese primer libro, y el “Premio 13 de Marzo” (Cuba, 1985), por A imagen y semejanza, ha recibido los premios internacionales “Jaime Gil de Biedna” (España, 1991), por el poemario Examen del guerrero, el “Rafael Alberti” (España, 1993), por Cristo entrando en Bruselas, y el “Renacimiento” (España, 1998), por Háblame de las ciudades perdidas.

De Examen del Guerrero decía el editor:

“...nos ofrece un dominio del verso poco común y una utilización de la palabra como arma poética tan magistral como lo es en sus maestros Lezama Lima o Eliseo Diego.

Esta poesía culturista, llena de efectos visuales y pictóricos, recorre el libro y hace que el lector quede retenido en la magia singular de la escritura de José Pérez Olivares.”

José Luis García Martín, en su reseña de Háblame de las ciudades perdidas, publicada el El Cultural, señalaba:

“Culturalista, meditativo, a ratos aparentemente coloquial, siempre muy literario, Pérez Olivares es posible que suene a consabido al lector apresurado, como al espectador apresurado le pueden parecer iguales tantos cuadros clásicos con el mismo asunto religioso. La personalidad y la verdad están en los matices, en las sutilezas de la dicción y la visión del mundo.”

El rostro y la máscara (Ediciones UNIÓN, La Habana, Cuba, 2000), por su parte, se presenta al lector con estas palabras:

“El valor de los signos, la plenitud del diálogo / el sabor / entre falso y misterioso de la palabra hacen que este universo fabulado descubra el verdadero rostro del Hombre, al dejar caer esa máscara que muchas veces le impone su andar cotidiano, y no le permite mostrar toda su identidad.
La mirada contemplativa del poeta, su reflexión sobre la contemporaneidad —el propio devenir histórico—, establecen un diálogo con el tiempo, clamando por aquellos valores amenazadas en los umbrales del nuevo milenio —amistad, unidad, amor...—, precisos para
que nunca se cierren [...] las puertas que abrió el viento.”

Carlos Alzugaray, en ocasión del Premio de la Crítica, se preguntaba: “¿Qué es lo característico de El rostro y la mascara? La angustia expresada con eficientes recursos artísticos -de quien se sabe depositario del secreto de la belleza, como Prometeo se sentía guardián del fuego; la misma belleza que debe avivar en las marmitas, buscar denodadamente y, a toda prisa, como corresponde a una sustancia explosiva, pasarla a los congéneres. En medio del intenso y riesgoso ejercicio que constituye mudar la piel a la vista de todos, el artista nos recuerda que “la sagrada perfección” sólo se consigue desde una entrañable eticidad, impermeable a los vaivenes pendulares de lo oportuno.”

Estos dos textos pertenecen a El rostro y la máscara.

TRES ELOGIOS (fragmento)

1. Del ojo ciego

No está tan ciego el ojo que no ve
como el ojo que ve y no mira.
No está tan solo en su ceguera
quien ve nacer dentro de sí
una débil y misteriosa llamarada.
Llamemos ciego
al ojo que pasa de largo frente a las cosas.
Apiadémonos de su incapacidad de ver.
Musitemos junto a su oído:
“esto es un árbol”, “esto es una rosa”.
La ausencia de visión
no es ausencia de la capacidad de ver.
Ven los videntes, los demás miran,
los demás creen ver.
Y confunden una rosa con la rosa,
confunden un árbol con el árbol.
Apiadémonos de los que no tienen ojos
para leer las hojas de un árbol,
de aquellos que confunden la rosa
con el perfume que emana de ella.
Apiadémonos del que tantea un objeto
y lo confunde con su forma exterior,
y cree que todos están hechos
con la misma irremediable materia.
Apiadémonos del que olvidó la infinita forma
de la forma,
apiadémonos de la oscuridad que reina
en sus pupilas.
El secreto no está en la imagen, sino en ver.
La verdad no consiste en percibir,
sino en el acto de posesión.
El ojo ciego se ríe del ojo que no ve
porque en la oscuridad ve mejor las cosas.
La oscuridad es la meta de todo verdadero vidente.
La noche, la eterna noche
es sustancia de la luz.

-

Cualquier puerta
indica la existencia de dos verdades:
una tuya, otra mía.
Allí, en el umbral, se tejen leyendas,
los caminos se entrecruzan,
se explican y naufragan
los secretos.
Una puerta va hacia el sur,
otra hacia el norte.
Una se abre
hacia el camino del este,
otra hacia el oeste.
Si llegas a caballo, desciende y pernocta
en esta posada.
Los que va a cualquier parte,
o regresan cansados,
se sientan a escuchar
cómo el viento hace batir las puertas.
Tal vez tratan de escuchar algo más,
una voz que diga: “el verdadero camino está al norte”.
O bien: “el que debes escoger
queda al sur”.
A lo mejor tienes más suerte que yo
y descubres, a tiempo,
que no existen caminos, sólo puertas:
puertas falsas y verdaderas,
abiertas día y noche,
golpeadas por la lluvia,
podridas por el invierno,
resecas por el verano.
Quizás no existan puertas
sino pequeñas y absurdas verdades,
laberintos
donde irán a extraviarse tus pasos.
Si llegas a caballo, desciende
y pernocta aquí.
Es bueno meditar antes hacer un largo viaje,
mirar hacia la encrucijada de caminos,
lanzar una moneda al aire.



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