sábado, 21 de febrero de 2009

Poeta en La Habana

Osmany Oduardo Guerra (Las Tunas, 1975), poeta, narrador y traductor, ha publicado, entre otros libros, los poemarios Cantigas de escarnio (Sanlope, 2000), Poema consciente (Sanlope, 2001), con el que obtuvo el Premio Nacional Décima Joven de Cuba ese año, y Poeta en La Habana (Letras Cubanas, 2005). Este libro le valió una Mención en el Premio Casa de las Américas 2004.

Se lee en la contraportada:

“La Habana suele ser escenario de apasionantes historias y tema recurrente para escritores y artistas. Sin embargo, Poeta en La Habana no es precisamente un canto de amor a la ciudad, sino todo lo contrario. Es un libro de desamor en el que, con desgarradores versos y una mezcla de crudeza, hastío y desencanto, el autor logra desmitificar a La Habana, la convierte en una simple aldea y, al mismo tiempo, la coloca en el centro de sus desasosiegos.”

Dejo aquí una pequeña muestra de tres de las cinco secciones del libro.

(plaza de armas)

Bienaventuradas las palomas
porque a ellas sí les pertenece el reino de los cielos
y con pasos cortos cubren la mirada
de quien se sienta en un banco a desangrarse.

Bienaventuradas las palomas
porque en ellas Dios puso el gorjeo
y no palabras absurdas.

Bienaventuradas las palomas
porque en ellas la inocencia es un pistilo de luz
que nos absuelve.

(de Visitaciones)
-

Oye, rimbaud,
no me digas que la habana es de insurgentes,
no lo grites desde tu ebriedad harapienta
que resume la edad del desamparo.

Una ciudad no es un puente para pedir deseos
a cambio de monedas y lágrimas,
de estrabismos de amor
en el confuso mar de los presagios.

La ciudad es la parte oscura de la lluvia,
una nostalgia que precede cánticos y peces
cuando miradas absorben mediodías
y cuerpos apestan sobre el lodo.

Ciudad es esta puerta inalcanzable
que encuentra su lugar en mis pecados.

Oye, rimbaud,
no niegues que la habana es hembra que seduce
en esta irrealidad de tálamos feroces;
no niegues que te excitan sus bacanales;
no evites mascaradas.
Estoy harto de tu ardid para escapar de la tristeza,
de tu muerte que no se acaba nunca.
Oye, rimbaud, recoge tu resaca madura
en los árboles del prado,
]tu velero que flota en mi abstinencia
y lárgate de una vez
a otra ciudad que te devuelva la melancolía.

(de Intro)
-

La voz de mi madre se escuchaba tan débil
que prefería susurrar mi lejanía.
Le iba a contar mis torpes aventuras
pero no tengo más hazañas que bajar por obispo
cuando la luz se traga a los borrachos varados en la acera,
a los polizones y a otras tantas suciedades.

Le habría dicho, por ejemplo,
que cierta vez confundí a un anormal
con un pez diminuto,
pero no quise que sus canas
se hartaran de mi aburrimiento.

Mientras mi madre en cualquier otra parte
se rascaba su reuma,
su venerable historia y su incompleta sonrisa,
descubrí que me falta mucho para merecer sus senos,
porque todo este tiempo no hice otra cosa
que orinar desde vetustos campanarios,
espantar las palomas de la plaza vieja
y lanzarle monedas
a innumerables ancianos con muletas y perros.

Me dio mucha tristeza porque al otro lado del teléfono
mi madre se quitaba sus cansados ojos
y los limpiaba con el borde del mantel.
Tan cerca y no poder tocarle sus dobleces,
tan cerca y sin un héroe en su existencia,
con más cargas que todas las condenas;
más frágil y más yo
desde este lado del mundo que no es mío.

Me dijo de la lluvia
justo cuando mis palabras
alcanzaban sus manos resecas por el polvo.
Me dijo que llovía
y después no supe si era afuera
o dentro de ella.

(de A las nueve de La Habana)

sábado, 14 de febrero de 2009

La que se fue

Félix Luis Viera (Santa Clara, 1945) es autor, entre otros libros, de los poemarios Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (1977), Prefiero los que cantan (1988), Cada día muero 24 horas (1989), Y me han dolido los cuchillos (1991), Poemas de amor y de olvido (1994), y La que se fue (2008).
De este último título, (Red de los Poetas Salvajes, México) brevísima antología de la poesía amatoria publicada por el autor, dijo Víctor Ibarra en el prólogo:
“La poesía de Félix Luis Viera se convierte en el baño frío caliente que nos seduce en la penumbra, hasta alumbrar, con el rosicler del aliento, la soltura de una flor en el abismo. Una lluvia sensible floreciendo en un bosque que huele a manzanas, a hierbas y tierra mojada, mientras el horizonte es el contorno, a lo menos la sombra, de una mujer; la feminidad poseída, comprendida desde siempre.”
Manuel de Jesús Jiménez se hacía eco de la edición, en Fusión Cultural, en estos términos:
“Los versos de Félix Luis Viera suenan sinceros, en su lectura se nota el esfuerzo vivencial de las palabras. Las imágenes no suelen ser caprichosas ni puestas al arbitrio de la extravagancia, parecen ser playas líricas que muestran un paisaje con un mar más cercano y lejano a la vez.”
Por su parte, Ricardo Riverón Rojas, poeta y coterráneo de Viera, en un artículo a propósito del poemario, señalaba:
“La lectura de los veinticinco textos que integran La que se fue me sirvió para captar, en un breve brochazo panorámico, importantes coordenadas de una trayectoria que, si bien conocía fragmentada, no suponía portadora de la coherencia que el opúsculo confirma. Una vez adentrado en el análisis de los poemas que lo configuran, volví a sentir el desconcierto, y hasta la vergüenza ajena, al recordar con qué tranquilidad algunas valoraciones sobre la poesía cubana —divulgadas tanto dentro como fuera de Cuba— por lo general eluden, con olvido grosero o elegante, a autores y libros que debían ser referencias naturales.”
Los poemas que dejo por acá son, sin lugar a dudas, una excelente muestra.
Dama de la noche
Habita afuera la dama de la noche,
lleva cortinas portátiles prontas
a incendiarse
Tiene rajaduras de estrellas,
va con andar de danzarina, miel
en cada poro,
violines y guitarras en su voz.
Habita afuera la dama de la noche.
Hay que buscarla.
No hay viento ni paredes ni árbol ni adoquines
que no perfume con su aire.
Para los que ahora piensan en ella,
solos y cerrados en la noche,
aviso que está ahí
que habita afuera la dama de la noche,
todos pueden verla fácilmente
pero no vayan a tocarla
porque entonces se rompe
y hay que empezar de nuevo.
(Noviembre de 1979)
-
Casa
Esta es la casa donde no habitamos
Esta es la casa con su jardín elemental,
aquí el librero, la lámpara
a la medida de inmensas jornadas de lectura,
aquí los muebles; en el centro –o ya
no sé si en una esquina, no recuerdo–
un haz de flores (naturales, claro)
Esta es la casa donde no habitamos,
discreta y honda hacia la sangre como un verso,
la casa
donde dos –o tres, ya no recuerdo– niños
ensayan sus colores
Esta es la casa donde no hay un gesto
que no haya partido del amor
Aquí su dormitorio, sus sábanas azules –o
blancas, no recuerdo–
donde no nos acostamos
Esta es la casa que dibujamos de memoria,
la que hoy apenas podríamos (tú o yo) describir,
la que ha quedado
como una semilla rota al borde del camino.
Suerte
que la vida
se hace también de las cosas que no fueron.
(Mayo de 1977 )
-
Distancia
Esta mujer que no sabe nada de Poesía,
que tomaría símil por un nombre clínico,
que daría serventesio por una anguila prehistórica.
Esta mujer que duerme mientras yo me fumo
el último cigarro
convencido de que no he encontrado la palabra
virgen,
mientras yo me pierdo en connotaciones, en
matices,
en la telilla de sangre que cubre cada una de las
infinitas posibilidades de un vocablo,
mientras yo bebo lentamente un litro de sangre
con azúcar y
sigo desafiando a la madrugada, llenándola
de amenazas, estropeándole el sueño a la
madrugada
con el fuego en mis papeles,
esta mujer que encima de eso no se preocupa
por leer los
poemas de mis amigos, ni los míos, y
y desconoce por tanto la llamada o mal llamada
moribundez endecasílaba, la perruna
vida de perro de un verso libre cojo, la
amenazante casicrisis coloquial; pues
no vayan a creer, por eso, que no va con ella
la Poesía, no:
pregúntenle a sus ojos cuando le regalo una
mariposa,
pregúntenle a sus entumecimientos cuando se
asoma un arco iris,
pregúntenle a mi porción de la cama cuando
falto, a sus manos
cuando le envío un papelito desde lejos;
aunque ella piense que eso –eso que siente–
no tiene nada que ver
con un poema, con una imagen que demore tres
años en acostarse con nosotros; más bien
lo que ocurre, amigos, es que así de distante
están a veces el poema y la Poesía.
(Noviembre de 1980)
Ricardo Riverón Rojas - Lo que no se fue - Otros textos

domingo, 8 de febrero de 2009

Sucesiones

La poeta y ensayista Caridad Atencio (La Habana, 1963) es autora de los poemarios Los viles aislamientos (1996), Los poemas desnudos (1997), Umbrías (1999), Los cursos imantados (2000), Salinas para el potro (2001), La sucesión (2004) y Notas a unas notas para L. A. (2005).

De La sucesión, libro que mereció el Premio Dador en 2002, ha dicho la autora:

“La buena literatura es sangre que baja. Todo hombre tiene una novela dentro.
¿Para qué has vivido la vida —tu curiosa vida— si no es para contarla? Lo decía el poeta, la misión: dar testimonio. Ante la imposibilidad de un cuerpo fluido de ideas como los que pueblan los textos narrativos, pongo en claro mi vida por medio de una prosa cortante que entreteje, más que momentos, sitios extraños de la memoria y la intuición. Vienen los seres. No persigo otro fin. Los sucesos, las criaturas que pudre el pensamiento son eternos y los designo. Pretendo con la mente repoblar impresiones, azares, atavismos. Cada vez que lo pienso, vuelve a existir. Quizás aquí se cumpla aquello del padre que obliga a su hijo: «Como se inclina una rama, así se inclina el árbol.» Así como ves el mundo, eres por dentro.”

Los siguientes textos pertenecen a ese poemario. El número entre paréntesis indica la página en que aparecen.

(81)
Cada uno de nosotros proyectaba la imagen del país en límites pendientes. Un extremo nos marca. La ignorancia también nos hunde la imaginación. A dónde vamos, sosteniendo ridículamente el rastro de una punta. La magnitud raída ascenderá. Cómo adentrar el diente en la otra carne cuando aprietas tus labios con horror.

(91)
Un modelo para no responder. Un nombre para que los demás oculten su ignominia. Da rabia y paz que sirvas de alimento. Me hincho del muerto no para pregonarlo inútilmente. ¿Puede darme impotencia asir la música? ¿A qué degradación, por lo que reproduce, podrá llegar el pensamiento? Nada que penda sobre ti. Quedar sobre las voces como un reflejo vano. Sordo crujir del espinazo de los elegidos, ¿llegaremos alguna vez?

(97)
Por el cordón más íntimo voy entrando, y lo contemplo todo como espejos que hasta ayer me engañaban. Corre a la sed que no se espía. Como dejar los ojos ante el ritmo eterno de unas llamas. Así sin que sepan de mí diré mi nombre. Sin saberlo, todo el tiempo viajaba hacia la tempestad. Se entierran mientras vagan. Buscan algo que nunca arrancarán y que no existe. En la memoria una mano que oprimía un reloj, un animal hecho un arabesco en mi mano.

(99)
El insecto lleva una terrible corona y una mano que penetra en tu cuello. Sus alas ocupan todo el fondo. Sus patas son fémures quemados. Un aura presa en los horcones del espíritu. Aquí tienes mi cuerpo servido, contra la concha de mi voluntad.

domingo, 1 de febrero de 2009

Odette abre la puerta

La copiosa obra de la poeta y narradora Odette Alonso Yodú (Santiago de Cuba, 1964) incluye, entre otros, tres poemarios publicados en Cuba: Enigma de la sed (Caserón, 1989), Historias para el desayuno (Holguín, 1989) y Palabra del que vuelve (Abril, 1996), y varios títulos publicados por diversas editoriales de España, los Estados Unidos y México, país donde reside desde 1992.
Entre esos libros quiero mencionar especialmente Cuando la lluvia cesa (Madrid, 2003), El levísimo ruido de sus pasos (Barcelona, 2006) y el que le valiera el Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén” en 1999, Insomnios en la noche del espejo (México, Instituto para la Cultura y las Artes de Quintana Roo, 2000).
De estos últimos poemarios son los textos que incluyo a continuación. Una muestra mínima, es cierto, pero a mi juicio altamente representativa de la poética de esta apasionada mujer. Una literatura de transparencia envidiable. No hay medias tintas ni tabúes aquí; se llaman las cosas por sus nombres. La puerta que abre ese desenfado, esa total libertad para desnudarse (y desnudar) puede conducir a sitios insospechados o prohibidos en cuerpos y almas y en toda la nostalgia que pueda interponerse. Habrá quien se arranque los ojos para no mirarse en semejante espejo. Y quien se incruste feliz entre estas líneas. Unos y otros, de acuerdo: ¡es muy poeta esta mujer! Nadie, ni en broma, pensará después cómo callarla.
La leyenda del pez
En la boca del pez está el elíxir
la prístina mentira de las aguas
la espuma mimética bandera.
Hay un pez que persigue mi silencio
mínimo pez que esconde sus burbujas
el oxígeno impuro de sus branquias.
Hay un pez fuego dipsómana criatura
que arrastra al mar mis últimos instintos.
En la boca del pez está el veneno
inevitable elíxir
que me hará regresar a los anzuelos.
(De Cuando la lluvia cesa)

-

Tatuajes
La punta de la lengua dibuja el redondel
una esfera de fuego
un tatuaje liminar sobre tu vientre.
La punta marca el triángulo
el círculo primario
la ranura de luz donde luego se hunde
el cántaro de lava
la eclosión.
(De El levísimo ruido de sus pasos)

-

Caja de música
A Veleta. A Piri
Alza la tapa.
Escucha.
La música será como un alivio
como un bálsamo azul
como un portazo y luego este silencio.
Los amigos se fueron
perdieron el camino y los recuerdos.
Sólo queda esa música.
Alza la tapa y oye.
Piensa que ellos han vuelto y empujarán la puerta
que traen los rones viejos y la inconformidad
que bailarán de nuevo aquella melodía

aunque no sea igual
aunque no lleguen nunca
aunque alces la tapa y no suene la música.
(De Insomnios en la noche del espejo)




 
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