sábado, 22 de noviembre de 2008

El único hombre


Rafael Vilches Proenza (Vado del Yeso, Granma, 1965), poeta, narrador y promotor cultural, es autor de Ángeles desamparados (novela, 2001), Dura silueta, la luna (poesía, 2002), ambos publicados por Ediciones Bayamo, y del cuaderno El único hombre (Ediciones Orto, 2005), por el cual recibió el Premio Nacional de Poesía “Manuel Navarro Luna” de 2004.

El jurado que le otorgó la distinción, integrado por Pablo Guerra, Alejandro Ponce y Omar Parada, para justificar su elección, habló de oficio, madurez poética, fuerza confesional, alto valor estético en cada verso.

Dicho con sus propias palabras, El único hombre es libro “de un dolor personal”. Libro acuchillado, degollado por soledades, por silencios, por muertes... Por eso mismo, acaso, vital como pocos: del primer texto donde el poeta se desgarra hasta la deslealtad, a una última página donde le augura (al padre) cómo será el día que sepa que fue el único hombre a quien amó.

Estos textos pertenecen a ese libro.
Sin las manos de mi madre
No me mires
Me ciega la luz que te rodea cuando amas
Teresa Melo
No aprendí a tejer con las manos de mi madre
ni a beber con tus labios
aquellas noches de Santiago
donde abrimos el fuego a nuestros cuerpos
la noche se instaló con una luz distinta en tus ojos
no eras Estefanía ni Teresa forastera de mis sueños
escribiendo las calles de Santiago
con la voz en mi piel
rallando los faroles en mis manos
un grito por mi cuerpo
que adoraste hasta la madrugada
el vino fermentado en la sangre
sentados a la puerta de tu casa
con la adolescencia en pretérito
un brillo infausto brincando en el fuego
sin haber visto Puerto Montt ni París
Yo que estoy maldito
puse el veneno de mis días en tu danza
y comencé a tejer
la muerte sin las manos de mi madre.
Háblame
Prende a la noche cascabeles
que anuncien
la entrada triunfal
háblame de la encina y el olivo
el mar golpea mi costilla
en esta ciudad que se abstiene
y se desnuda de mí a su antojo
yo que soy un tipo triste
canto cuando una mujer se va
y lloro al regreso de la llovizna en los cristales
donde escribo tu rostro
ese olor a guayabas en la canasta
en que acostumbramos depositar nuestras lágrimas
háblame de la hora los pinos
los parques el tedio y la locura
de mis padres
la soledad la muerte que me acosa
siempre estoy huyendo de todos
de ella que fue el calor en mi costado
la casa la ciudad
mírala con un solo golpe de ojo
poémala
luz
háblame
estoy malversando este silencio
Después que él habla
Con las palabras que ama mi padre
puedo cavar un silencio
la soledad al margen de un discurso
con la cabeza rebotando en las paredes
a la par del corazón
Él fue calma muro
yo receptor de sombras no vi la luz
sí la espada haciendo círculos
Con las palabras de mi padre
puedo escribir silencio
no ver el parque no decir luna
ver los perros morder mi soledad despacio
Habla a contraluz
llora su mudez en un cuadrante
ahí mueren sus antepasados
ahora se degüellan en mi lengua
donde canta el silencio de mi padre.

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