domingo, 5 de julio de 2009

Huellas de Ángel

El Premio Nacional de Literatura 1991, Ángel Augier Proenza (Santa Lucía, Holguín, 1910), publicó su primer libro de poesía, Uno, en 1932. En 1965 recibía Mención en el Premio Casa de las Américas por su poemario Isla en el tacto. Otros libros de este miembro fundador de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba) son: Canciones para tu historia (1941), De la sangre en la letra (1977), Copa de sol (1978), Todo el mar en la ola (1989), Fabulario inconcluso (1999) y Decimario mío (1999).

Ediciones Holguín presentó en 2000, el cuaderno Las penúltimas huellas. Su editor, Michael H. Miranda, señala en la contraportada del mismo:

“La eternidad es de los otros, de las cosas comunes. Somos uno en el origen y en la esperanza. Profunda sensación es la vida, profundo también es el ejercicio de la poesía. son los signos vitales que nos legan estos versos, las esenciales marcas que a su paso va dejando la voz inextinguible del poeta en su cotidiano recorrido. Amigos ya ausentes, inmortales seres que compartieron sus días, árboles de raíces nuevas y objetos aparentemente obviables que habitan los bordes de la gran literatura, conforman para la posteridad lo que el propio autor ha llamado sus penúltimas huellas en la memoria de su tiempo.”

Estos textos pertenecen a ese libro.

Abandonada sombra

Abandonada sombra
donde crecen cortinas sin asedio
y una corza pendiente de su rumbo
recorre la distancia presintiéndolo,
mientras la soledad resuena en el silencio
como un caballo incierto
que lanza al aire sus cascos y sus crines
y ciego busca su consuelo, su noche.
Sufre el metal la herida
y desata la chispa
que el sol incluye en su promesa.
¡Ya no tiene espiral la enredadera
ni el mar sabor ni la gaviota nido!
Sólo queda el silencio
y el recuerdo que cierra su inútil cremallera
de espaldas al olvido.

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Aturdido oleaje

Más allá de la niebla
meditan arrecifes que insisten en su origen
y cavernas en donde
la noche ha destilado sus más espesas sombras.
Quisiera detenerme un solo instante
en la luz que circula en una nube
que en viaje sin regreso navega hacia el olvido.
Camino por senderos que el silencio humedece
si la tarde es lluviosa
y confiesan su enojo los relámpagos
y en el aire se quiebran
los últimos latidos de una estrella.
Escucho cómo crujen
piedras sueltas que no encuentran espacio,
ni siquiera en la arena que inventaron las olas
en su aturdido empeño interminable
de esculpir en las rocas
la imagen de los límites.

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Misterio de la tarde

Siento que un misterio flota
en cada tarde que vivo,
y que me tiene cautivo
sin saber de dónde brota.
La luz lentamente agota
y disuelve su textura
en una angustia que dura
la brevedad de un suspiro,
y cuando de pronto miro
ya todo es presencia oscura.

-

El rostro en el espejo

Me encuentro con mi rostro en el espejo,
ese otro yo que nunca soy yo mismo,
imagen que parece, en su mutismo,
no resignarse a ser fugaz reflejo.

De pronto siento que un inmenso abismo
existe entre mi yo y el rostro añejo
que extrañado me observa. Si me alejo
es de la falsa copia de mí mismo.

Lejos del falso yo, quedo confuso.
¿No será que esta brusca despedida
es de mí mismo, no de un rostro intruso,

y que es de miedo la cobarde huída
para ignorar la imagen, pobre iluso,
del yo mismo a esta altura de mi vida?
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2 comentarios:

Laberintos dijo...

Un gran tributo a Augier. Tu blog es excelente!

Laberintos dijo...

Guillermo, gracias por visitarme. Los poetas en cuestión, no los conozco personalmente y fuera de leer algunos versos en artículos dispersos publicados en Cuba hace ya mucho tiempo, no tengo otras referencias. Seguramente en USA hay mucho de ellos. Un saludo y me verás a menudo por tus salones.

 
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