domingo, 9 de agosto de 2009

Ocultas claves para la memoria


El poeta, narrador y periodista Waldo Leyva (Remedios, Villa Clara, 1943) ha publicado una docena de libros de poesía. entre ellos, De la ciudad y sus héroes (1974), Con mucha piel de gente (1983), Diálogo de uno (1990), El rasguño en la piedra (1995), Memoria del porvenir (1999), El dardo y la manzana (México, 2000), La distancia y el tiempo (2002), Otro día del mundo (2004), Ocultas claves para la memoria (México, 2005)...

Letras Cubanas puso en venta este último título en 2006. En ambas ediciones el autor introduce los textos con estas palabras:
“He querido reunir en este libro una selección de la poesía que, con el tema del amor, fui escribiendo a lo largo de muchos años. Creo haber sido riguroso a la hora de escoger, pero no tanto como para dejar fuera algunos poemas de la temprana juventud que siguen conservando la impureza y el ímpetu de los primeros sobresaltos. Hubo un tiempo en que los poetas ocultaban sus versos de amor; yo confieso que jamás renuncié a la posibilidad de atrapar en ellos ese sentimiento sin el cual me parece imposible vivir...”

Estos cuatro breves poemas son de Ocultas claves para la memoria. Espero que ilustren no sólo el tratamiento que del tema en cuestión hace el autor, sino además el abanico de recursos de que dispone. Y lo que es mejor, el uso preciso que hace de los mismos.
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Antes del prólogo

Aquí podría decir:
yo amo un poco más tus ojos
que tus manos.

O tal vez:
no supe que existías
hasta que tu cuerpo
se hizo pequeño contra el mío.

Es veintiséis de diciembre
y es de noche,
tú tejes callada en el sillón
y los muchachos juegan
sin pensar que mañana
tal vez
no sea otro día.

Aquí podría decirse:
yo amo a esta mujer
contra todas las trampas de la vida.

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Inaugurando el agua
Este es el árbol que sembramos juntos,
este es el patio de los dos,
todavía están las piedras del arroyo
y tú sigues desnuda
inaugurando el agua
mientras yo me escondo de mí mismo
y el sol sigue partiendo en dos los algarrobos
para llenarte el cuerpo
de heridas diminutas.
Cómo ha crecido el flamboyán de entonces,
qué incendio el de sus ramas contra el cielo,
qué hondas las raíces que una semilla fueron tus manos.
Y ese es el árbol que sembramos juntos
y este es el patio de los dos,
y aquí la casa de donde salgo siempre
y a la que no es posible regresar.

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No existe el amanecer
si los pájaros no cantan
no hay viento si no levantan
su vuelo al atardecer.
La lluvia no puede ser
lluvia sin que su plumaje
se empape como el ramaje
del árbol que sólo existe,
mujer, porque tu pusiste
los ojos en el paisaje.

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Como un roce inocente entre los dedos

Sucede que empiezas a pelar una naranja humilde, desechable, y salta desde el fondo de la infancia una palabra: bergamota, y con ella un aroma que no viene del aire, un amarillo tenue y un dorado que tus uñas deshacen mientras parten el fruto. Te baña las manos el jugo que recoge la lengua de una niña que dejó de existir y que regresa, sin rostro, envuelta en la palabra bergamota, como un roce inocente entre los dedos. Un roce que vuelve a abrir los poros de tu cuerpo y te hace ventear, como aquel día, la tibieza de un aire que invitaba a correr, a desnudarse, a morir hecho un temblor sobre la hierba. Sucede que empiezas con las uñas a pelar la bergamota, sin sospechar siquiera que será una humilde y desechable naranja del futuro.
3/12/93
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1 comentario:

IM dijo...

Me gustó Antes del Prólogo, hermoso.
Saludos.

 
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