sábado, 26 de agosto de 2006

Sigfredo Ariel


SIGFREDO ARIEL, (Santa Clara, 1962), ha publicado, entre otros, Algunos pocos conocidos (1987), El enorme verano (1995), El cielo imaginario (1996), Las primeras itálicas (1997) y Hotel Central (premiado en La Habana en 1998). En su voluminosa producción, desde el propio inicio merecidamente elogiada, traducida, y publicada en gran número de antologías y revistas del medio, no hay concesiones de ninguna índole: ni temáticas, ni formales... El poder de evocación de su obra, en repetidas ocasiones resaltado por la crítica, tal vez no le deba tanto a los asuntos en sí como a la fuerza de su vocabulario.
Este poema pertenece a Los peces & la vida tropical (Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 2000)

LOS ACRÓBATAS

Conocen al menos la esperanza
de una muerte simple, esa ceguera
los acerca a Dios.

En torno están fumando
los padres de familia sus cigarros rubios.
Las niñas cogen grandes bocanadas del vacío
se aferran nerviosas del hilo del balcón.
Por suerte nos conmueve todavía
la muerte elemental
los boleros morunos
las interminables loterías.

Esa gente que sube perseguida
por un chorro de plata
han llegado a los colmos de nuestra aspiración

están en el lugar que nos tocaba

traídos y llevados por la música
no por mecanismo de reloj ni miedo
al hombre ni miedo de uno mismo
conocen la alegría del final del salto.

Esa esperanza los acerca a Dios.

miércoles, 9 de agosto de 2006

Testigo de nuestros días



Alejandro Fonseca (Holguín, 1954), mi viejo amigo Y GRAN POETA ha recibido un número considerable de reconocimientos por su sólida obra: una poesía ajena a modos y a modas, vertical, siempre ascenso. Libros suyos aparecieron en su ciudad natal y en La Habana, Cuba (Bajo un cielo tan amplio, 1986; Testigo de los días, 1988; Juegos preferidos, 1992; Anotaciones para un archivo, 1999), en Madrid, España (Advertencia a Francisco de Quevedo y otros poemas, 1998), y más recientemente en Miami, Estados Unidos, de donde me ha llegado el título que ilustra esta nota, y del cual extraigo, orgulloso, el siguiente breve pero intenso texto:

LO POCO QUE DEL MAR LLEGA

En la escenografía iconoclasta de mi casa
ignoro cualquier complaciente predicción:
transcribo y atesoro aquellos nombres
que todavía desandan por la gruta lamentable.
En la casa comienzo a estrenar los rincones
respiro lo poco que del mar llega
y contra los paredones de la noche
he ido aprendiendo a ejecutar mi sombra.

Este otro poema pertenece a Testigo de los días, "resultado de una rica experiencia poética donde el rumor oculto y lejano de la palabra ilumina lo que el poeta evoca: infancia, amor, familia, ciudad. Todo lo que fue o transcurre. Aguas que confluyen y se transparentan en el poema."

A TRAVÉS DE LA VENTANA

No es la prisa de los árboles
lo que veo a través de la ventana
Árboles y rostros
que se dibujan incontrastables en el cielo

Mi madre a los cuarenta años reía
los amigos y yo
con infatigable paso
anduvimos tras el intento difícil
de decirlo todo

En los libros tocamos
la superficie soberbia
de ciudades donde la guerra
había puesto sus nombres

Contra la noche
esgrimimos las mejores preguntas
Algunos de sus espejos
no fueron precisamente turbios
ni hicieron sospechosa nuestra imagen
Caminos desconocidos
se ofrecieron ante los ojos
en un tiempo en que no vencimos
largas extensiones
El jardín iba quedando atrás
envuelto por verjas enmohecidas
inmenso como para sentirse
fuera sólo por una noche
El jurado que premió Testigo de los días estuvo integrado por Guillermo Rodríguez Rivera, José Luis Moreno y Francisco Mir.

sábado, 5 de agosto de 2006

Escrito sobre el filo


“Escribo sobre la cresta de las palabras. Sobre el filo.”, dijo alguna vez Severo Sarduy (Camagüey, 1937 – Paris, 1993).

El último de los modernos, según algunos estudiosos, además de novelas como De donde son los cantantes, Cobra, y Maitreya, que le dieron merecido renombre internacional, es autor de poemas no menos celebrados como los incluídos en Big Bang y en Un testigo fugaz y disfrazado.
“...como otros desterrados, Sarduy siempre vio a Cuba más allá de Cuba, como una isla que se reproduce en las más distintas latitudes, y por eso no dudó alguna vez en ponerle nieve ni plantaciones de té. Voraz, plural e integradora, su experiencia del mundo fue, en este sentido, una prolongada ‘vivencia oblicua’ al lezámico modo y su obra, no sólo un discurso del bricolage estructuralista sino una sabrosa cocina del ‘ajiaco’, como diría don Fernando Ortiz.”, señaló Gustavo Guerrero, coordinador, junto a François Wahl de “Severo Sarduy, Obra Completa”.

RECUENTO

Ya no soy el de ayer, el tiempo pasa.
Mi verso se ha tornado transparente.
Por las tardes me vienen de repente
bruscos deseos de volver a casa.

La pasión que ensimisma y la que abrasa
se alejaron de mí; ahora es la mente
quien disfruta, nocturna indiferente,
con los cuerpos que el día me rechaza.

No deploro el amor, que me fue ajeno;
sino el deseo, que redime, invierte
y modifica todo lo que toca.

Escrituras, pasiones y veneno
faltaron a mi vida y a mi muerte.
Y el roce de unas manos, y una boca.

MORANDI
Una lámpara. Un vaso. Una botella.
sin más utilidad ni pertenencia
que estar ahí, que dar a la consciencia
un soporte casual. Mas no la huella

del hombre que la enciende o que los usa
para beber: todo ha sido blanqueado
o cubierto de cal y nada acusa
abandono, descuido ni cuidado.

Sólo la luz es familiar y escueta,
el relieve eficaz; la sombra neta
se alarga en el mantel. El día quedo
sigue el paso del tiempo con su vaga
irrealidad. La tarde ya se apaga.
Los objetos se abrazan: tienen miedo.

(De Severo Sarduy OBRA COMPLETA, ALLCA XX, Paris, Francia, 1999)
 
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