La poetisa e autora de libros de textos de divulgación cultural e histórica Vivien Acosta Julien (Villa Clara, 1938 - La Habana, 2006), publicó: Hombres, dioses y soles, Editorial Gente Nueva, La Habana, primera edición 1979; Tricolor, y
El patio de mi casa, ambos en coautoría con Olga Marta Pérez, Editorial Gente Nueva, La Habana, 1986 y 2011, respectivamente.“En la arena del tiempo -Editorial Unión, 1988, profusamente ilustrado por Zaida del Río- recoge poemas impregnados de una criollísima plasticidad. Sus recuerdos de infancia son abuelo y abuela decimeros y mambises; una casa con muebles de mimbre y patio con flores y árboles. Pero en este libro, también están los poemas de la mujer de hoy, consciente de su momento y su lugar.”
TRES POEMAS AL POETA
I
Entre estas líneas
están tus ojos, relumbrando desde el foso del
recuerdo,
la brizna verde de tu sonrisa
apresurada,
y aquellas palabras que nunca nos dijimos.
II
No se engañe,
usted es el cambista de ilusiones,
el poeta de las viejas historias
y yo el aprendiz de brujo
que ahora no sabe qué hacer con tanta magia.
Porque están todas esas palabras
que ni usted ni yo sacamos del bolsillo
pero que luego trocamos
por signos que sólo advierten
los calcinados en este oficio sacrílego
de amordazar la vida.
Viva tranquilo, escribiendo sus poemas,
amando a sus mujeres,
o paseando su sonrisa inarrugable.
También puede ser su profesión la cobardía.
III
Si contra toda posibilidad vinieses ahora
creería en la suerte,
esa vieja causante de tantos mitos.
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HAY FECHAS
HAY FECHAS
Hay fechas que nos cuelgan del recuerdo
y grandes marcos sin imágenes
que esperan una respuesta.
Hay esos días
en que se puede perder todo sin querer
y rodar las paredes con el aliento.
Hay noches de luciérnagas que vagan
y pueden deslumbrarnos
con su ojo fosforescente,
y hay que escapar,
hay que subir puertas y bajar ventanas
y tapiar nichos
que despiden olor a cirios
y pañuelos agitados
que atar a la pata de la cama. -
Y, A LO MEJOR
Quizás algún día vuelva allí,
al pueblecito donde me estrenaron
y me siente sobre el barandal del puente
a mirar los techos rojos de las casitas
y los molinos,
y al sol acostarse en las praderas
cuando se escucha el silbato del tren.
Y, a lo mejor, no desee otra cosa.
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