Las palabras que introducen Texturas, (finalista del Premio Vellocino de Oro, Boston, 1997), son extraordinariamente fieles al mundo del poeta. Las reproduzco casi íntegramente aquí:
“Vamos a tocar la piel del mundo en estos poemas que navegan, centrífugos, hacia un punto no visible —mas soñado— del horizonte: metáforas de pincelada fuerte y trazo certero, imágenes claroscuras, epítetos surrealistas, alegorías barrocas y una amalgama de coloridas y táctiles sensualidades que van dando a estas Texturas una dimensión pictóricamente poética y mágicamente multiforme [...] Un poemario indócil, de vibrante voz.”
Estos brevísimos, intensos poemas son de ese libro-fiesta-sin-fin-de-la-palabra.
ASOMBRO
Estoy en la casa
de la que tengo llave,
a la que siempre llevan
senderos rumbosos.
De pronto en otra casa;
imagen sin aviso.
Todo dentro, de pronto.
PIE DE PÁGINA
Ese ojo neto
traspasa elipses
y culmina
luz.
Lo que enajena
le otorga imperio,
colorido viaje.
Y miran más, orfebre de pares,
y el de atrás de la yunta
que pule otra manera
dentro del ebanista.
EPÍLOGO
Primero la oquedad.
Al romperse el espejo, veloz
huyó la imagen.
Después la luz,
¡todo se disolvía
en ciega
masa densa!
Mas éstas son memorias
de lo que allí
se borra.
La fotografía de la cubierta es del artista cubano Juan Carlos Alom.
1 comentario:
Abre un surco de latidos fulgurantes de manera que detiene el tiempo, lo suaviza, lo suspende, para mirar en la mudez del instante la eternidad de la creación, del individuo, del punto y aparte. Asociaciones de conceptos, horizontes arrobados de revelaciones. En un solo aliento ilumina, perturba el punto, lo detiene y lo arroja.
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