Alfredo Zaldívar (Holguín, 1956) tiene una muy amplia y no menos reconocida obra como poeta y como editor. Su nombre está indisolublemente vinculado a Ediciones Vigía, editorial artesanal fundada por él mismo a inicios de los 80 en Matanzas, ciudad en la que vive desde muy joven.
Ha publicado, entre otros, los volúmenes de poesía La tristeza, el hombre y la esperanza (Ediciones de la ciudad, 1985), Concilio de las aguas, (Ediciones Matanzas, 1989), Con el cuidado del que pisa en falso (Ediciones Vigía, 1993) y Contra la emoción (Ediciones Holguín), libro con el que recibió el Premio Adelaida del Mármol en 2004.Según da cuenta Norge Céspedez en su blog Literatura en Matanzas, el editor de este último volumen, el poeta holguinero Michael H. Miranda, ha destacado en el mismo "sus juegos verbales, sus variantes de estilo, sus voces en registros tan plurales como coros polifónicos, la nitidez de su palabra repensada, la definitivamente diáfana estructura de estos poemas".
Esto, y mucho más, estoy seguro, encontrarán los lectores en los tres poemas de Contra la emoción que reproduzco aquí.
CONTRA LA EMOCIÓN
He pecado, Señor.
Esta mañana recité una alabanza en los oídos de mi joven amante.
Llegué a rimar diez octosílabos
más de diez veces creo.
Lo hice con vehemencia.
El sonsonete de un antiguo italiano me llevó hasta un soneto.
Intenté disuadirlo
mas salían en versos blancos
tan líricos
que decidí parar.
Y heme aquí, Señor mío,
atormentado.
No fui capaz de contenerme
y escribí un encendido elogio del paisaje
me arrobé ante los últimos reductos de la tarde
y lo peor
lo hice ante una ventana.
Este acto, Señor,
se ha repetido varias veces.
En las noches percibo el olor de un jazmín
y he corrido hacia él
lo he descrito con fruición.
Yo, bajo las estrellas del jazmín
espero que amanezca,
canto feliz de haber nacido
y al goce de los albos atributos del día
he compuesto mis salmos.
Salmos, Señor, he dicho.
A veces me he hecho acompañar de amigos
en estas deleitosas correrías.
Les he señalado los encantos del río que fluye hacia la mar
y he visto en sus miradas aguas enternecidas.
Los he inducido a la consternación.
Yo, Señor, lo confieso.
He usado en mis poemas las palabras
sublime, ensoñación, nostalgia, isla,
añoranza, criatura, pez, blanquísima…
Señor, el verbo amar
ha aparecido en todas sus conjugaciones,
en todos sus sinónimos.
A la vuelta, en el bosque, encontré un cervatillo moribundo.
Y he llorado por él y por mí
y por todo.
He llorado, Señor,
Hoy he dispuesto mi arrepentimiento.
Debo autoflagelarme.
No sabe si el instante en que sus manos
entraron en sus manos
sobre su pecho
fue verdad.
No sabe si el instante en que su boca
fue su boca
sucedió.
Sabe que perderá los ojos
cuando vuelva a entreabrirlos.
Sabe que cuando abra sus manos
no estarán en sus manos.
Pero no sabe si cambiará la historia
ni si tendrá palabras.
Las tormentas a veces
llegan sin anunciarse.
Las tormentas se anuncian
y quizás nunca lleguen.
Todo camino es una ingenuidad.
Todo pronóstico es sólo otra parábola.
UTOPÍAS
Idealicé la carpa que me dieron
la mano que acarició con vehemencia mi piel
la palabra cedida
y el roce prometido.
No tuve en cuenta la fragilidad
del ciervo moribundo
que duerme entre dos bestias
las escasas palomas que vuelan
cuando encienden sus luces.
No vi los laberintos que rodean la carpa
el miedo a consentir la pasión por el miedo.
Huía con tanta exactitud
que sólo mi obsesión por la deshora
pudo ignorar las fugas.
Las escasas palomas escapaban
del pecho de las bestias
el ciervo moribundo también logró escurrirse.
Mi carpa era tan ancha
que acogería el vuelo de esas pocas palomas
lo multiplicaría.
Mi pecho escudaría al ciervo moribundo
y curaría su herida.
Pero la carpa estaba consagrada al fuego
y mi pecho era nimio.
Soy el asilo de toda esa ceniza.
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