sábado, 13 de septiembre de 2008

Balada de un tambor

Jesús Cos Causse (Santiago de Cuba, 1945-2007), publicó, entre otros, los poemarios Con el mismo violín (1970), Las canciones de los héroes (1974), El último trovador (1975), La isla y las luciérnagas (1981), El poeta también estaba en la fiesta (1999)...
Con Balada de un tambor y otros poemas, un jurado integrado por Carlos Martí, Raúl Luis y Jesús Orta Ruiz, le otorgó el Premio Julián del Casal de poesía de la UNEAC en 1983.
En una nota a raíz de su muerte, el también poeta Reynaldo García Blanco escribió: “Viejo y amigo Cos Causse ten presente que se ha de volver a la secreta comunión de las palabras para comprender, de una vez y por todas, que el estado natural del hombre es la poesía.”
De Balada de un tambor y otros poemas son estos dos textos:

Elogio a Jorge Hidalgo

A las doce de la noche,
los cimarrones y los güijes
se escapan de los cuadros de Hidalgo.

Entonces comienzan a bailar alegres
con el tam-tam tam-tam de los tambores
una danza de combate y de libertad
y beben un vino que a esa hora la luna
coloca con su humedad en el rocío
y cantan hasta el amanecer en que
regresan
a su silencio azul, a su inocencia trazada,
en fin, a su cárcel de colores.

Me preocupa, de verdad, que un día se
rebelen
y el güije, borracho y guerrero, salga del
dibujo,
y el cimarrón, armado de un pincel,
desaparezca,
y que al llegar Hidalgo, sorprendido,
descubra
un tambor entre llamas y los cuadros
vacíos.

Madrigal para Migdalia

Tan antiguo como el cofre donde una
mujer guarda y vigila
una carta secreta y el retrato de un
místico enamorado.
Eterno como el taburete del viejo, ahora
vacío en el cuarto,
como el bastón con el cual se apoya en la
muerte todavía.

Así el amor: campánula, relámpago,
lámpara, luciérnaga,
barco que navegando a la deriva
encuentra una costa en el Caribe.

A fuerza de recordarte siempre ya sé
tallar
tu rostro de memoria en la madera y en
la piedra.
A fuerza de esperarte tanto salta una
fuente del fondo
de la tierra y sus aguas peregrinas me
persiguen y
desembocan en el Danubio, en el Níger,
en el Mississippi.

A fuerza de soñarte un tambor me
despierta al alba
y mis ojos descubren sobresaltados el
mito que me contaron.

Uno quisiera entonces inventar la lluvia,
construir un tren y una estación en el
otoño,
y esperar la ternura y la vejez en la
ventana.

Así el amor:
un cofre con un recuerdo muy querido,
un taburete para sentarse a pensar,
un bastón para sostenerse en el tiempo.

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