La poeta y ensayista Caridad Atencio (La Habana, 1963) es autora de los poemarios Los viles aislamientos (1996), Los poemas desnudos (1997), Umbrías (1999), Los cursos imantados (2000), Salinas para el potro (2001), La sucesión (2004) y Notas a unas notas para L. A. (2005).
De La sucesión, libro que mereció el Premio Dador en 2002, ha dicho la autora:
“La buena literatura es sangre que baja. Todo hombre tiene una novela dentro.
¿Para qué has vivido la vida —tu curiosa vida— si no es para contarla? Lo decía el poeta, la misión: dar testimonio. Ante la imposibilidad de un cuerpo fluido de ideas como los que pueblan los textos narrativos, pongo en claro mi vida por medio de una prosa cortante que entreteje, más que momentos, sitios extraños de la memoria y la intuición. Vienen los seres. No persigo otro fin. Los sucesos, las criaturas que pudre el pensamiento son eternos y los designo. Pretendo con la mente repoblar impresiones, azares, atavismos. Cada vez que lo pienso, vuelve a existir. Quizás aquí se cumpla aquello del padre que obliga a su hijo: «Como se inclina una rama, así se inclina el árbol.» Así como ves el mundo, eres por dentro.”
Los siguientes textos pertenecen a ese poemario. El número entre paréntesis indica la página en que aparecen.
(81)
Cada uno de nosotros proyectaba la imagen del país en límites pendientes. Un extremo nos marca. La ignorancia también nos hunde la imaginación. A dónde vamos, sosteniendo ridículamente el rastro de una punta. La magnitud raída ascenderá. Cómo adentrar el diente en la otra carne cuando aprietas tus labios con horror.
(91)
Un modelo para no responder. Un nombre para que los demás oculten su ignominia. Da rabia y paz que sirvas de alimento. Me hincho del muerto no para pregonarlo inútilmente. ¿Puede darme impotencia asir la música? ¿A qué degradación, por lo que reproduce, podrá llegar el pensamiento? Nada que penda sobre ti. Quedar sobre las voces como un reflejo vano. Sordo crujir del espinazo de los elegidos, ¿llegaremos alguna vez?
(97)
Por el cordón más íntimo voy entrando, y lo contemplo todo como espejos que hasta ayer me engañaban. Corre a la sed que no se espía. Como dejar los ojos ante el ritmo eterno de unas llamas. Así sin que sepan de mí diré mi nombre. Sin saberlo, todo el tiempo viajaba hacia la tempestad. Se entierran mientras vagan. Buscan algo que nunca arrancarán y que no existe. En la memoria una mano que oprimía un reloj, un animal hecho un arabesco en mi mano.
(99)
El insecto lleva una terrible corona y una mano que penetra en tu cuello. Sus alas ocupan todo el fondo. Sus patas son fémures quemados. Un aura presa en los horcones del espíritu. Aquí tienes mi cuerpo servido, contra la concha de mi voluntad.
De La sucesión, libro que mereció el Premio Dador en 2002, ha dicho la autora:
“La buena literatura es sangre que baja. Todo hombre tiene una novela dentro.
¿Para qué has vivido la vida —tu curiosa vida— si no es para contarla? Lo decía el poeta, la misión: dar testimonio. Ante la imposibilidad de un cuerpo fluido de ideas como los que pueblan los textos narrativos, pongo en claro mi vida por medio de una prosa cortante que entreteje, más que momentos, sitios extraños de la memoria y la intuición. Vienen los seres. No persigo otro fin. Los sucesos, las criaturas que pudre el pensamiento son eternos y los designo. Pretendo con la mente repoblar impresiones, azares, atavismos. Cada vez que lo pienso, vuelve a existir. Quizás aquí se cumpla aquello del padre que obliga a su hijo: «Como se inclina una rama, así se inclina el árbol.» Así como ves el mundo, eres por dentro.”
Los siguientes textos pertenecen a ese poemario. El número entre paréntesis indica la página en que aparecen.
(81)
Cada uno de nosotros proyectaba la imagen del país en límites pendientes. Un extremo nos marca. La ignorancia también nos hunde la imaginación. A dónde vamos, sosteniendo ridículamente el rastro de una punta. La magnitud raída ascenderá. Cómo adentrar el diente en la otra carne cuando aprietas tus labios con horror.
(91)
Un modelo para no responder. Un nombre para que los demás oculten su ignominia. Da rabia y paz que sirvas de alimento. Me hincho del muerto no para pregonarlo inútilmente. ¿Puede darme impotencia asir la música? ¿A qué degradación, por lo que reproduce, podrá llegar el pensamiento? Nada que penda sobre ti. Quedar sobre las voces como un reflejo vano. Sordo crujir del espinazo de los elegidos, ¿llegaremos alguna vez?
(97)
Por el cordón más íntimo voy entrando, y lo contemplo todo como espejos que hasta ayer me engañaban. Corre a la sed que no se espía. Como dejar los ojos ante el ritmo eterno de unas llamas. Así sin que sepan de mí diré mi nombre. Sin saberlo, todo el tiempo viajaba hacia la tempestad. Se entierran mientras vagan. Buscan algo que nunca arrancarán y que no existe. En la memoria una mano que oprimía un reloj, un animal hecho un arabesco en mi mano.
(99)
El insecto lleva una terrible corona y una mano que penetra en tu cuello. Sus alas ocupan todo el fondo. Sus patas son fémures quemados. Un aura presa en los horcones del espíritu. Aquí tienes mi cuerpo servido, contra la concha de mi voluntad.
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