domingo, 10 de agosto de 2008

Mundo nuestro

La obra del poeta y narrador GHABRIEL PÉREZ (Holguín, 1968) ha sido reconocida en varias ocasiones no sólo en su ciudad natal, sino nacional e internacionalmente. Con el libro Mis amistades peligrosas obtuvo el Premio Nacional de poesía Adelaida del Mármol, 2007, y una Mención en el Primer Concurso de Poesía de la revista digital La Zorra y el Cuervo.
De ese libro es el poema que transcribo a seguir.
Poesía próxima, vital. Donde la humanidad apabullante de la experiencia que relata no deja espacio para dudas: poesía auténtica. Y como tal, provocadora. Reflejo fiel de un tiempo arduo. Circunstancial, dirán. Y lo es. Gracias a Dios este hombre tiene mundo: él es su mundo.
Leerlo puede cambiar notablemente esas fronteras.

REMEMBRANZA DE OTRA BELLE EPOQUE



Cuando León tenía el pelo largo
y yo escribía versos amorosos y místicos
o era el contrabandista…
cabeza rapada, preocupación de los soldados
que iban desde Alameda al Tibolí

Santiago era una isla
y nosotros volvíamos
sin habernos marchado
viajábamos en trenes lujuriosos
por pueblos musicales
como Alto Cedro,
Cueto y Marcané

Amanecer. Dormir. Pactar sólo con duendes,
búsqueda sospechosa de Libertad De Arriba. Intrigantes
maneras de preguntar por la muchacha-Estefanía
que iluminaba nuestras conversaciones,
y nunca apareció en esa ciudad
por más que procuráramos en tertulias y peñas. Para hallarla —copa en mano—
100 años después, catando el vino del error a la holguinera

Mirna decía "El canto de la cigarra" y Reinaldo
poemas para la novia y el país
en patios donde Heredia tuvo sus primeros gritos

Ibarra y Desquirón
llegaban —hora inglesa—
hasta La Isabelica

Chago, en otras alturas
leía versos borgianos
a razón de otra muchacha
loca como los pájaros
Cuando allí ya no estaban
otros colegas locos de remate
adoradores de ese tiempo-ciudad
bohemia-convertida-en-otra-isla
salvándonos del éxodo más largo…
Porque un Muro cayó
lejos del mundo nuestro
(no a partes iguales se repartió la suerte
y nos vimos añorando los días
que no llegaron nunca)
y fuimos los pedazos herejes de la tierra
y los trenes cambiaron sus horarios
y perdimos las manzanas del Este
y no volví a decir las letanías
de un balcón franciscano
a quien cambió sus verjas coloniales
por rejas de prisión
y desde entonces faltan en la mesa
el jengibre, las tizanas de albahaca o san romans
y el abrazo que salva
de un temblor fulminante
en la escala de Richter
Cuando ya casi todos hemos muerto,
algunos de pena, otros de tiempo, otros de rabia,
la ciudad sigue siendo Altar inamissibilis
en la Basílica Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. Piedra
elevada a la altura de los vientos,
ternura de unas cuerdas
rasgueadas al amparo del folclor

Santiago sigue siendo
indefectiblemente
una isla una roca
colocada por Dios en el centro del pecho.

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