domingo, 14 de diciembre de 2008

La otra mejilla

Entre los libros publicados por Belkis Cuza-Malé (Guantánamo, 1942), se encuentran El viento en la pared (1962), Los alucinados, Cartas a Ana Frank, Juego de damas, El patio de mi casa y más recientemente La otra mejilla (Ediciones ZV Lunáticas, París, 2007).
El también poeta Armando Álvarez Bravo, en una reseña de La otra mejilla publicada en Linden Lane Magazine, escribió: “La andadura de Belkis por estos mundos no ha sido fácil y ello, desde el núcleo y los prismas de la poesía, puede generar una obra en que la gravitación de la tragedia y el dolor, del sentido de la pérdida y el desarraigo, y toda una serie de sentimientos propios de tiempos difíciles, hagan que se escriba una poesía que, descontados sus valores estéticos y formales, esté dominada por el tono de la oscuridad, de la tristeza y la negatividad de la mirada. Una poesía que es pura desgarradura.”
La otra mejilla
, “un libro escrito mayormente en los años sesenta y pico y setenta en Cuba”, según palabras de la autora en entrevista publicada en Efory Atocha, “... tiene, sin renunciar a la veracidad ni a la memoria, —a juicio de Álvarez Bravo— un tono que puede designarse como jubilar. Y aquí debo precisar que jubilar no implica una entrega sin peros, sino una apertura con toda la carga que define el espíritu del poeta, y que se vuelca con suprema naturalidad, con el lenguaje más directo. De igual suerte, es un discurso que abordando el registro que va del extremo de lo positivo al de lo negativo lo hace comunicando una notable satisfacción de estar. Esa satisfacción es expresión de profunda, asimilada alegría que se comparte. Ese es el espíritu de este poemario de Belkis.”
Con ese mismo espíritu dejo aquí estos cinco textos de La otra mejilla. Convencido de que en algún punto del paisaje que bosquejan, entre sombras y árboles, entre luces y trenes y otros espectros, habrá espacio aun para que el más escéptico de los lectores por fin se reconozca. Y agradecido se sonría. O se borre.

La patria de mi madre
Mi madre decía siempre
que la patria era cualquier sitio,
preferiblemente el sitio de la muerte
Por eso compró la tierra más árida
y el paisaje más triste
y la yerba más seca,
y junto al árbol infeliz
comenzó a levantar su patria.
La construía a pedazos
(un día esta pared, otro día el techo,
y a ratos, huecos para dejar colar el aire).
Mi casa es mi patria —decía—
y yo la veía cerrar los ojos
como una muchacha llena de ilusión
mientras escogía, de nuevo, a tientas
el sitio de la muerte.
Jagüey Grande
Una vez atravesamos ese pueblo,
pero allí no había altas figuras pálidas
y en la estación de trenes
giraba el aire en torno a un jagüey.
El polvo nos devoraba;
convertidos en nube de moscas
atravesamos sus calles limpias
y junto a la farmacia
fuimos embestidos por seres de aluminio
o de algún metal desconocido.
Dulces reproches de difuntos.
Olía a cal este pueblo,
a naranjos, pero no vi su flor por ningún lado.
Se componía el paisaje de grandes tazas de café
y un potrero por medio.
Eso era todo.
Paisaje del olvido
¿De qué estarán hechos
esos árboles y esa gota negra de cielo?
Débil gorjeo del pájaro-esqueleto
apresando objetos
en los que el énfasis es el movimiento de la mano,
el cabeceo de unos ojos
por donde asoma
mi mirada intrigada,
caprichosa, boquiabierta.
El mar de la noche no tiene regreso,
pero me aferro a esa rama,
al gritico del tren nocturno,
y cuando es inútil la espera,
alguien metió la mano en el paisaje,
subió los tonos azules,
enredó el dorado de la hierba.
¿Acaso no me faltan también
los ojos y el prendedor del pelo?
Tema para Goethe
Otra vez
el cielo es verde
más verde que nunca
y la noche se ha puesto carmelita
y la luz que se cuela por debajo de la puerta
es mi luz
no la de Goethe
mi luz con flores de vicaria
una luz que me mira
que me envuelve
en su capa de capitán valiente
oh luz de los cielos
oh luz de los que ríen
oh luz apagada de pronto por la mano del viento
oh luz sin luz
oh
Quieren que cante
y canto
a esta luz que me quema los ojos
a esta luz mi luz tu luz
sin esperanza
De la naturaleza de la vida
Siempre hay un hombre pintando
la puerta de la casa,
una mujer recortando el césped,
un viejo subiéndose al techo del garaje,
un oso de hierba metiéndose en el patio,
una cabeza decapitada por la luz
estallando en llanto,
un automóvil pisoteando los instintos,
un ametrallado en la noche
y estoy yo y están mis hijos
y cuando despierto
la luz es de otro mundo
y la tamiza la leve inquietud
de entrever a ratos
un paisaje verdadero.

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