miércoles, 15 de abril de 2009

Escalas de ascenso

El Premio Nacional de Literatura de 1996 recayó en Pablo Armando Fernández (Delicias, Las Tunas, 1930). Poeta, narrador y ensayista, ha publicado, entre otros, los poemarios: Salterio y lamentación (1953), Libro de los héroes (1964), Un sitio permanente (1970), Aprendiendo a morir (1983), Ronda de encantamiento (1990), Libro de la vida (1997), Reinos de la aurora (2001)...
La edición de Escalas de ascenso que nos ocupa (Letras Cubanas, 2002), tiene prólogo de Enrique Saínz, quien anota:
“Este nuevo libro de Pablo Armando Fernández,
Escalas de ascenso, reúne poemas en los que la memoria intenta rescatar vivencias, rostros y destinos. Son ciertamente páginas que el poeta ha vivido con intensidad en sitios diversos y entre personas amadas, en cuyos diálogos de esos instantes y de un ayer más o menos lejano se han ahondado los afectos, se han hecho más perdurables los gestos y más angustiosas las ausencias [...] El poeta se hace preguntas esenciales, en las que está, de hecho, toda su vida. La poesía quiere responderlas. Él sabe que su palabra es lo único que tiene para llegar al centro de sí mismo. Nos entrega entonces Escalas de ascenso, un libro a la alegría de vivir, a las nostalgias de ausencias y a la memoria de los días y el quehacer de los otros. Un libro para todos.”

Viva brasa
para Rainier

Ya he de volver a recuperar
los signos que en tus manos y tus pies
revelan rumbos por ambos compartidos.
Huellas que trazo a trazo siguen arcanos
aún por descifrar en la escritura.
Lo sabemos, en comarcas remotas
a nuestro asiento, el agua en su fluir
esparce cantos encendidos.
Somos migajas en sus llamaradas.
A tu memoria acudes, yo a la mía,
para reconocernos en las voces,
que en nuestro ser animan las rutas recorridas,
que juntos hemos de emprender.
¿Dónde nos separamos?
¿Acaso reencontrarse es un continuo,
inaplazable retroceder?
La respuesta tal vez la dé el camino.

Santiago de los Caballeros, 14 de julio de 1999

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Cavernas de la piedra
para Antonio Gil

Aquí en estas páginas confluyen
arenas de remotas soledades.
De esos aires, sólo los pies
reconocen la estela anunciadora,
los trazos que en un punto
devuelven a su centro la luz
y el cuerpo recupera
cada paso estelar.
Sólo los pies y el taconeo despiertan
heraldos de la lumbre redentora.
Sólo los pies transforman
la pena y el jaleo en alegría.

El Cairo, 22 de octubre de 1999

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De ocultos dones
para Marnia

De pronto, no era el mundo
unos ojos opacos, cuyo brillo oculto
se guardan para verte.
No eran sus manos, la promesa
abierta a la caricia
ni los pies que anduvieron
todos los pasos para reencontrarte
ni siquiera su sangre
fluyendo hacia el encuentro,
ni la respiración siempre anhelante
buscándose, buscándote en el orbe
infinito del ser.
De pronto, era esa simple
simplicidad de ser distinto
a ti, de ser distintos,
simplemente distintos.
Signo, símbolo, eso, sólo eso.

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Memoria y escritura
para José María, Lola y toda la familia

No sé dónde se inicia la corriente.
Sé que los ríos van
a dar a la mar vida continua.
Desde el Hundson a Tharros
las aguas en sus cursos
trazan cauces y márgenes.
Me faltó ver dónde vuelve a la luz
el río prometido a la amada.
¿Mundo? Mundo le llaman con razón.
Si nuestros ojos pudieran abarcar
la extensión que recorre
sabríamos cuánto nos falta aún
para volver al seno
donde el agua es memoria y escritura
de cuanto obra en la luz.

Bogarra, 9 de agosto de 1999

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